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La vida salvadoreña que llegué a soñar

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Noé visita a su familia en El Salvador.

Ahora que ha comenzado la nueva década, he cumplido una resolución que siempre he querido. Por primer vez visité El Salvador, el país de donde mis padres emigraron para llegar a EE.UU. 

Por muchos años este ha sido uno de mis deseos y este mes lo pude viajar por dos semanas y media a El Salvador.

Soy primera generación de padres inmigrantes, como muchos que han nacido y crecido en EE.UU. Durante mi desarrollo tuve una mezcla de dos culturas con diferentes tradiciones y costumbres, la salvadoreña y la estadounidense. 

Como nací y crecí en EE.UU., un ambiente muy distinto comparado con el de mis padres. Siempre he tenido una batalla interna entre a qué nacionalidad pertenezco, ya que mi natalidad es diferente a mi ancestral. 

Mis padres llegaron a EE.UU. hace 30 años debido al clima político del país y el acontecimiento de la guerra civil de El Salvador. Ellos se refugiaron en este país para tener una mejor vida y más oportunidades. 

Desde mi infancia sólo conocía El Salvador a través de historias de mis padres y mi familia. Afortunadamente, mis padres siguieron sus tradiciones, como la comida típica, el idioma y nos lo han inculcado a mis hermanos y a mi.

Cuando llegué aquí, sentí el calor tropical y escuché a la gente a hablar en el caliche salvadoreño o en la jerga del país. 

Llegué al país que había soñado y ahora era realidad. 

Me atreví a viajar solito para conocer más de mi cultura. Durante este tiempo, he visitado a mi familia paterna y materna. Pude ver a mi abuelita, mis tíos, tías y primos que no había visto hace muchos años y a otros los conocí por primera vez.

Recorrí los pasos y experimenté la vida que mis padres llevaron en su tierra natal y recordé las historias que me contaban. Además, pude fortalecer las relaciones con mi familia y aprendí mucho de mis ancestros con sus pláticas. 

 Había llegado a un lugar en donde me sentí aceptado aun siendo extranjero. 

Como en cualquier país, El Salvador aún tiene sus problemas pero ha logrado ser un país tranquilo, lleno de gente amable y trabajadora. 

Mientras disfrutaba pude presenciar los diferentes estilos de vida que los salvadoreños llevan en el campo y en la ciudad. 

En la ciudad, despertaba con el cantar de los pájaros, gente vendiendo mercancía y vehículos corriendo en la calles. En el campo, los gallos eran las alarmas para las personas y las vacas mugían en espera de ser ordeñadas. 

Viendo como viven, me hizo cuestionar lo que es realmente ser rico o pobre. Me di cuenta que el tener dinero no garantiza una vida con muchos lujos. Muchos salvadoreños trabajan por lo poco, pero siguen sus vidas con su familia y se ve una riqueza en una comunidad ayudándose el uno al otro. 

El país también tiene lugares turísticos. Yo hice pocas excursiones para visitar estos sitios porque fui para presenciar la vida cotidiana de los salvadoreños. Asistí a festivales y fiestas tradicionales de los pueblos. También tuve la oportunidad de visitar la escuela del pueblo de mi papá y ayudé a preparar las aulas para las clases. 

 En mis últimos días, estoy reflexionando lo que aprendí en este país y como lo aplicaré en mi vida futura. Me estoy sintiendo más orgulloso de ser hijo de salvadoreños y formar parte de una cultura que viene de mi pasado. 

Ahora estoy más agradecido por todo lo que mis padres han hecho por darme un vida mejor, pero también por enseñarme de la importancia de saber de dónde yo vengo.

About the Contributor
Noé Sandoval, '21-22 Mundo Azteca Editor
Noé Sandoval is a senior studying public relations.
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La vida salvadoreña que llegué a soñar