Al pensar en Tijuana el típico estudiante de la Universidad Estatal de San Diego (SDSU) puede que se imagine una ciudad violenta, con una vida nocturna ilícita, o mínimo un par de tacos de carne asada con guacamole y cilantro de esos que se pueden oler a lo lejos. Pero esa no es la Tijuana que visitan cada mes los “Flying Samaritans,” o Samaritanos Voladores, quienes cada mes llevan sus servicios médicos gratuitos a una de las colonias más necesitadas de la ciudad fronteriza: El Ejido Matamoros. Llevándoles equipo médico completamente donado, médicos voluntarios y farmacéuticos que consiguieron a través de una concesión, los estudiantes de SDSU logran ayudar a una comunidad que cada mes regresa a los Samaritanos Voladores por su revisión.
A las 7 a.m. salen hacia Tijuana de San Diego 25 a 30 miembros que durante el mes se ganaron su cupo al completar una lista de requerimientos. A unos 10 minutos de cruzar la frontera, está El Ejido Matamoros, donde los samaritanos tienen su clínica: un tráiler donado detrás de La Parroquia San Benito Abad.
Según Ruth Aguilar, estudiante de kinesiología y español y presidenta de los Samaritanos Voladores de SDSU, su organización tiene 80 miembros, pero sólo puede llevar un máximo de 30 estudiantes por mes a Tijuana. Por eso creó una lista de requisitos, los cuales los miembros tienen que completar para atender—como una competencia para encontrar a los voluntarios más aptos.
El proceso comienza con una orientación en la que se les explica el sistema en el que opera la clínica; luego participan en un evento para recaudar fondos.
Su más reciente evento fue una vendimia de donas Krispy Kreme en el campus de SDSU, en la cual juntaron $400. El semestre pasado los samaritanos tuvieron una rifa en el bar Bar West ubicado en el centro de San Diego, en donde rifaron lavados de carros, lecciones para surfear y tarjetas con crédito para otros bares, y cobraron entrada. En esta recaudación lograron conseguir $600.
Después de completar los dos primero requisitos, los samaritanos tienen que comprar un uniforme personalizado, pagar la membresía de dicha organización y así mismo ofrecer sus servicios voluntarios para un evento de otra organización cultural dentro de SDSU. Cuando ya culminaron sus requisitos, viajan a Tijuana en carro, sólo la organización nacional de los samaritanos es la que en realidad vuela al lugar.
Arriban a la parroquia y ahí atienden a un máximo de 45 pacientes por viaje. Pero según Aguilar, en su última visita vieron a 70 pacientes pues los niños de un orfanato de Tijuana los visitaron.
Gabriel Vahi Ferguson, un estudiante de biología y vicepresidente externo de la organización, consiguió un camión que recogió a los 40 niños del orfanato para llevarlos a la parroquia. De acuerdo con Aguilar, el orfanato no recibe ninguna ayuda del gobierno; una religiosa de Tijuana es quien se ha encargado de atender a los niños sin ayuda alguna.
“Primero recogió a dos niños que estaban en la calle”, dijo Aguilar. “Luego le empezaron a llevar niños a su puerta hasta que llegó a los 40”.
Todos viven en una casa sin baño. Defecan en un patio pequeño.
“Me acuerdo de la primera vez que vi a uno de los niños ir al baño ahí”, dijo Ferguson. “A eso están acostumbrados. Seria genial si pudiéramos cambiar eso”.
Ferguson ya consiguió quien le ayude a la monja de diario, y que también le ayuden en la construcción de la casa y otros quehaceres.
“Ya está remodelando el baño, y está quedando tan bien como uno de SDSU”, dijo Ferguson.
Las enfermedades más frecuentes que encontraron fueron pulgas, resfriados y alergias al polvo. “Casi todos tenían gripe”, dijo Aguilar. “Ninguno de los niños tiene sus vacunas. Solo le pudimos dar la vacuna de la gripe a los que no estaban enfermos—eran pocos”, dijo Aguilar.
Encontraron a una niña con sarna y le dieron tratamiento a ella y a su hermanito con el que dormía. A otro niño lo diagnosticaron con diabetes.
Según Aguilar han encontrado a mucha personas con diabetes que no es atendida por médicos.
“Algunas personas se acostumbran a vivir con su diabetes no tratada”, dijo Aguilar. “Aquí en E.U.A. vamos al doctor cada año para revisarnos y si mostramos síntomas de diabetes nos dan medicinas. Pero allá la gente tiende a vivir así, y solo cambian su dieta”.
Aguilar dijo que el tráiler en el que trabajan fue construido por un señor que parecía estar intrigado por sus servicios, y que por meses se había sentido mal pero no iba a la clínica.
“Un día por fin fue y descubrimos que tenía diabetes”, Aguilar dijo. “Es tan peligroso no ir al doctor teniendo diabetes. Tanta cosas pueden pasarles si no hacen nada. Le dimos medicina y dice que ya se ha sentido mejor”.
La clínica está dividida en tres partes. Esta la primera sección en la que crean y organizan expedientes para cada paciente, después está el chequeo en donde revisan sus signos vitales y ahí deciden si el paciente es de emergencias o si necesita exámenes de laboratorio. Los cuartos de los doctores son espacios pequeños que están separados por sabanas. Los estudiantes pueden seguir a los doctores mientras atienden al paciente y a veces pueden participar dando vacunas.
Según Ferguson, también pueden aplicar soluciones intravenosas a los pacientes en condiciones urgentes e inyecciones de insulina a diabéticos siempre y cuando estén capacitados para hacerlo.
“Esto nos acerca a ser más como un hospital que una clínica”, dijo Ferguson.
La comunidad del Ejido Matamoros le ha mostrado su gratitud a los samaritanos. Aguilar dijo que una mujer a la que se la había detectado cáncer de seno regresa cada mes a llevarles comida.
“Nos llevó muchos burritos a la clínica”, dijo Aguilar. “Hace dos clínicas nos llevó una cubeta llena de fruta, como mangos y así”.
Los pacientes varían entre gente del ejido hasta residentes de San Diego que no tienen aseguranza médica en E.U.A., dijo Aguilar.
“Hay gente tan pobre que va y nos ruega por dinero”, dijo Aguilar. “La última vez tuvimos una situación en la que una mujer con—no sé cuántos hijo, pero tenía muchos—le pidió a cada uno de nosotros por dinero. Yo no estoy de acuerdo con eso, el propósito de la clínica es dar ayuda médica no dinero”.
Aguilar dijo que trata de llevar donaciones cada mes como ropa y comida.
“Si tenemos una mesa llena de donaciones que desaparecen a los cinco segundos, entonces me doy cuenta que estas personas están realmente en necesidad de nuestros servicios y donaciones”, dijo Aguilar.
Ya que terminan su día, los voluntarios regresan a E.U.A., pero no sin pasar por unos tacos Tijuanenses y cervezas.
“Al principio que les preguntamos si querían cerveza, como una Tecate o lo que sea, todos se quedaron callados, pero ya que empezaron a tomar unos, todos querían porque después de un día tan largo así nos relajamos”, dijo Aguilar. “Me encanto ver a todos interactuando así”.
Aguilar y Ferguson le dan las gracias al Dr. Shantu Patel por haber encontrado el lugar para poner la clínica y por viajar cada mes con ellos a Tijuana, y a la Dra. Estrailita Martin, su consejera en la facultad. En Junio 22 tendrán su primera clínica con servicios médicos gratuitos en San Diego.