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Una mezcla divina: El relato de una joven estudiante de SDSU mexicoamericana que creció dentro de dos culturas distintas

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Cortesía de Roxana Becerril

Casi siempre se me olvida lo afortunada que soy de haber nacido en San Diego, haber vivido en México y formar parte de dos culturas extraordinarias.

A principios del año de 1998, mi madre vino a San Diego a dar luz a su única hija para asegurarse que tuviera los papeles legales para llevar una vida llena de oportunidades en EEUU.

Días después del día de mi nacimiento, mis papás y yo nos regresamos a Tijuana, en donde fue que desarrollé la primer parte de mi identidad cultural.

El tiempo que viví en México, aprendí el sabor de la comida auténtica mexicana y de lo que tratan muchos festejos mexicanos. Cuando cumplí ocho o nueve años, mi familia y yo nos mudamos a EEUU con todo y costumbres mexicanas.

Durante los diez años que hemos estado aquí, mi familia siempre se ha reunido en época navideña en casa de mi tía para comer tamales, abrir regalos y recibir al niño Jesús en Nochebuena.

En mi casa nunca hacen falta las tortillas y limones verdes, y cada que alguien de la familia va a la ciudad de México, le encargamos pan dulce y galletas para seguir con la dieta mexicana.

Aunque empecé a hablar inglés diariamente, nunca deje de comunicarme con mi familia y amigos en español.

Como mucha de la gente en esta ciudad es hispana o latina, me tomó tiempo darme cuenta que no todos los que viven en EEUU practican las mismas costumbres o comen la misma comida que yo.

Esto se hizo cada vez más evidente cuando empecé a formar amistades con mis compañeros americanos de la secundaria.

Muchos me decían que les gustaba la comida mexicana, pero cuando les preguntaba cuál era su restaurante mexicano favorito, me decían que les encanta el Taco Bell.

Recuerdo el día que tuve a una amiga blanca de Visita y se burló de la salsa mole que tenía en la cocina. Pensó que era chocolate.

La mayoría de mis amistades americanas nunca habían ido a México aunque vivían veinte minutos de la frontera.

Me decían que tenían miedo de ir a ese país. Estos comentarios no me hacían sentir orgullosa de mi cultura y por mucho tiempo trate de ocultar esa gran parte de mi vida.

Cuando empecé la universidad, fui expuesta a ideas que contradicen muchas de las creencias conservativas de México.

Pensaba en la gente mexicana, en mi vida y no me agradaba que eran racistas ya que estaban en contra del aborto y los derechos de la gente homosexual porque en ese entonces estaba conociendo a estudiantes americanos que tenían puntos de vista más liberales.

Fue así que me di cuenta que apoyo muchas de las creencias liberales de la gente americana de mi generación.

Esto se me hizo difícil al principio porque a veces sentía que no correspondía a ninguna de las dos culturas.

Todavía se me hace difícil mantener mi lealtad a las dos culturas con todo el tiempo que paso en EEUU, ya sea hablando inglés o conviviendo con gente americana.

A veces me siento como un fraude cuando regreso a Tijuana por no saberme todas las calles, la historia del país y por no hablar español perfectamente. Mientras que en otras ocasiones, cuando estoy en San Diego me enfado por no conocer a gente con los mismos valores o costumbres mexicanas.

A pesar de los desafíos que enfrento por pertenecer a dos grupos étnicos, trato de ver los beneficios de vivir en una ciudad fronteriza que me permite disfrutar de las costumbres mexicanas y poder formar amistades con gente que cree en lo mismo que yo.

Ser miembro de dos culturas es un regalo en sí y es muy importante que yo y la gente que forma parte de esta comunidad no lo olvide.

About the Contributor
Roxana Becerril, Marketing/PR Director
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Una mezcla divina: El relato de una joven estudiante de SDSU mexicoamericana que creció dentro de dos culturas distintas