El 2 de noviembre es un día para recordar a quienes fueron parte de nuestra familia y ayudaron a formar quienes somos hoy.
El Día de Muertos es una celebración cultural, emocional y simbólica para la cultura mexicana, celebrada desde hace miles de años. Es una forma de no perder las memorias compartidas con los familiares y seres queridos, una tradición que nos conecta a ellos.
El Día de Muertos es una celebración que tiene más de 3,000 años, celebrada desde el tiempo de los aztecas, mayas y otras culturas. Se cree que el cuerpo muere, pero no el alma; el alma viaja a Chicunamictlán, donde algún día las familias se reunirán. Es una celebración para honrar y celebrar la vida de quienes ya fallecieron; es un momento para recordarlos.
Es una celebración de unidad familiar y conexión espiritual. Es parte de la cultura mexicana, una tradición única y especial. Traída a Estados Unidos por emigrantes y enseñada a nuevas generaciones, para que la tradición no se pierda.
En el Día de Muertos, la gente celebra colocando altares y llevando alimentos y bebidas a las tumbas de sus seres queridos. Colocan pétalos de cempasúchil que guían a los espíritus para visitar a los vivos. El simbolismo detrás de este día es que la vida no termina con la muerte, sino que es una continuación más allá de lo físico.
Nací en los Estados Unidos y me crié en el Valle Imperial, cerca de México, con un muro en medio. Mi mamá nunca quiso que perdiéramos nuestra cultura y tradiciones. Una tradición muy importante para ella siempre ha sido el Día de Muertos. Cada año, mi mamá construye el altar el 30 de octubre.
Desde que tengo memoria, en mi casa siempre se ha celebrado el Día de Muertos. Es una tradición inculcada por mi mamá. Ella pasaba horas creando un altar con fotos familiares y de mascotas que han fallecido, colocando con dedicación cada objeto sentimental y significativo de manera que todo estaba cuidadosamente pensado.
Un altar siempre debe tener ofrendas tradicionales: fotos de seres queridos fallecidos, una vela, papel picado alrededor de cada nivel del altar, pan de muerto, calaveras de azúcar, una cruz de sal, flores, comidas favoritas, un vaso con agua.
Como hija de padres migrantes mexicanos, asistía a la escuela en los Estados Unidos. Era una experiencia distinta, especialmente durante los días festivos. Recuerdo ir a la escuela en octubre y no entender por qué era la única que celebraba el Día de Muertos, aparte de Halloween. Todos celebraban Halloween con disfraces y “‘trick or treat.”
Pero en mi familia, celebraremos más el Día de Muertos, sentados en unión, comiendo pan de muerto y recordando historias y momentos favoritos que tuvimos con quienes ya no están presentes.
Recuerdo que me preguntaba por qué la gente celebraba Halloween pero no el Día de Muertos. También me cuestionaba por qué la gente le tenía miedo a la muerte. Al haber crecido con el Día de Muertos, nunca pensé que la muerte fuera algo aterrador, sino que era una despedida. En la cultura mexicana se dice que no hay que tener miedo a la muerte, sino a los vivos. Vemos la muerte como una extensión de la vida.
Ahora que vivo fuera de casa, hago un esfuerzo para ir a casa cada año durante la tradición para celebrar con mi familia. Para mí, no solo es honrar y recordar a quienes han fallecido. Es un día para recordar que debo aprovechar el tiempo que tengo con los que están físicamente presente antes de tener que despedirme y esperar para volverlos a ver en Chicunamictlán.