Algo así nunca olvidaré. Las caras, las voces, las historias. Era sábado, y me encontraba entre un grupo de camarógrafos y periodistas. Sostenía un tripod, mi única misión: observar.
Llegamos a un terreno plano y terroso entre Estados Unidos y México, a pocas millas de la playa, donde se encuentra un lugar conocido como el Parque de la Amistad.
Una puerta que mide poco más de dos metros fue abierta por segunda vez en este año y llegaron once familias para reunirse con sus familiares que se encontraban del otro lado de la frontera. Padres reuniéndose con sus hijos, nietos reuniéndose con sus abuelos, una pareja contrayendo matrimonio en la apertura del Parque de la Amistad.
Antes del evento, no me imaginaba nada más que globos, cartelones, un banquete y a gente cortando un moño rojo, todo lo que uno se imagina en la apertura de un evento. Buscaba entre la gente a las familias felices pero sólo encontré a gente inclinando sus oídos hacia el muro de fierro tratando de comunicarse con los del otro lado.
En ese parque, uno está más cerca que nunca al muro que separa a los países vecinos, los agujeros de aquella reja de fierro son tan pequeños que es casi imposible ver o escuchar a la persona que está del otro lado. Sin embargo, ahí estaban personas susurrando entre ellas, murmurando palabras de amor, de esperanza, de un futuro juntos.
Enrique Morones, el director ejecutivo y fundador de Ángeles de la Frontera, dijo unas palabras antes de que la puerta se abriera. Ángeles de la Frontera organizó el evento.
Una por una, once familias se abrazaron y besaron, compartieron risas y palabras por tres minutos. Yo nunca había experimentado el reencuentro de tantas familias. No sé lo que se siente no ver a un ser querido por cuatro años, ni lo que es volver a ver a tu abuelo después de doce, pero cada vez que anunciaban a la familia que seguía, mi corazón se aceleraba y solamente podía imaginarme los miles de “te quiero’s” que intercambiaban.
El Parque de la Amistad, aquella tarde, marcaría la vida de aquellas familias para siempre. Para algunos de ellos como Brian Houston, joven que contrajo matrimonio ese día frente a la Puerta de la Esperanza, ya era su segundo hogar. Pude presenciar en tres minutos la unión de dos personas y comprobar que sin duda, “el amor no tiene fronteras”.
“El amor no tiene fronteras” eran las palabras que repetía Morones
No había globos, no había una celebración más que una interna en cada una de las familias. Al estar ahí no podía dejar de pensar en la paradoja que es la Puerta de la Esperanza que tiene el poder de dividir familias, los sueños y los anhelos que comparten dos personas y a dos países pero que una vez abierta deja que esos sueños fluyan y que familias vuelvan a reencontrarse dándole entrada a la esperanza aunque sea por sólo tres minutos.