Esa mañana que desperté el 4 de julio de 1993 no creía que mi vida iba a cambiar tanto en un solo viaje.
Cuando llegamos al aeropuerto, mi ojos solo veían hacia arriba donde volaban los aviones, y veía cómo cada uno volaba a su rumbo. No sabía a dónde iba a ir, solo que mi destino era un lugar llamado San Diego que estaba en los Estados Unidos.
Cuando eres un niño, no sabes si está bien lo que haces pero tienes la curiosidad de saber qué va a pasar en cuanto hagas las cosas, pero este día no iba a ser una travesura, iba a ser una travesía a un lugar desconocido pero que me brindaría oportunidades que nunca más tendría en la vida.
En cuanto llegamos a Tijuana, ya sabía que estábamos cercas porque tiempo atrás, mi mamá me había comentado que íbamos a entrar a una oficina donde me iban a preguntar a cuál escuela iba en los Estados Unidos y que yo solo contestara cuando me hablaran. Su amiga me hizo pasar por unos de sus hijos y cuando me separé de mi mama para cruzar “La línea” fue cuando sentí temor pero a la vez un poco de esperanza que cuando nos volviéramos a ver fuera en un lugar mejor y lejos de la pesadilla de donde estábamos.
No tenía una vida de sufrimiento pero tenía una vida donde no iba a superarme y a los siete años, yo ya sabía eso y también que yo no quería regresar al mismo lugar.
El momento llegó de cruzar y agarrando la mano de una desconocida, me pare en frente del oficial y solo pregunto ver los famosos papeles que tiene que tener uno al momento de cruzar, y con un gesto de su mano nos dejaron pasar para los Estados Unidos.
Las únicas memorias que tengo de llegar a San Diego es entrar a la carretera interestatal 805 y solo iba acostado, y cuando llegamos a la casa donde íbamos a vivir, estaba lleno de palmeras pero yo pensaba que las palmeras solo crecían en la playa.
Esa noche, cuando vi los fuegos artificiales en el cielo, pensé que era porque ya había llegado ese día, y es que en Guanajuato, donde nací, había fiestas, y para celebrar, reventaban cohetes y hacían castillos de fuegos artificiales.
Ese año, al empezar la escuela, me llamaban la atención porque no contestaba cuando me hablaban, y es que yo me llamo Antonio no Anthony, como ellos me nombraron. Así pasó el tiempo, y poco a poco, gracias al show de los power rangers, aprendí inglés y empece a participar más y más como cualquier estudiante y nunca me sentí diferente.
No fue hasta que llegue a preparatoria que me di cuenta que era indocumentado. Fue cuando íbamos a aplicar a las universidades y mi sueño era ir a la Universidad Estatal de San Diego, pero en el momento que le comente a mi mama que necesitaba mi seguro social, ella me dijo que yo no tenía uno.
No lo podía creer. Desde chiquito, fui a Disneylandia, viajé con mi escuela a Arizona y tenía buenas calificaciones pero aún así no podía ser como los otros y seguir mis sueños de estudiar en la universidad.
Sufrí mucho y me sentí primido al saber que todo lo que había hecho fue en vano porque ni aunque hiciera miles de horas voluntarias en mi comunidad iba a obtener esos nueve números que los otros estudiantes sí tenían.
Aunque mis calificaciones sufrieron mucho, mi consejera me comentó de una beca que se llamaba la Price Scholarship que le daba diez mil dólares a los estudiantes para ir al colegio comunitario de San Diego.
Me gradué en el 2004 en un viernes, y el lunes empecé el colegio donde poco a poco fui viendo lo difícil que era ser indocumentado.
Los programas como EOPS o Puente tenían ciertos requisitos y no había ayuda para estudiantes como yo.
Cuando iba a la oficina de ayuda financiera, me daba vergüenza pedir información porque al fin del dia, sabía que no me podían ayudar. Nada me detuvo, y me gradué en el 2008 con un título universitario de preparación básica en comunicaciones.
Después me ofrecieron un puesto en Univision San Diego después de ser seleccionado para hacer mis prácticas por un año, no pude decir sí al puesto porque aún no tenía esos nueve números.
Ese verano, terminé trabajando en McDonalds, donde la primera vez que mandaron a limpiar el baño sentía que fracase como hijo y como estudiante.
Aunque yo había hecho todo bien, terminé en un trabajo que no quería.
Aun seguí adelante, y cuando se me presentó la oportunidad de ir al estado de Washington, me fui, y fui a trabajar a la pisca.
Después de una oportunidad de ayudar en KDNA, una radio comunitaria, escribí para El sol de Yakima, un periódico comunitario, y gracias a esos trabajos, cuando se anunció el programa de DACA, pude aplicar y obtener finalmente eso nueve números que me darían la oportunidad de terminar mis estudios.
Durante la espera por mi permiso de trabajo, fui voluntario de ONE AMERICA, una organización en el estado de Washington que nos llevó de gira por todo el estado para ayudar a la gente, y así contar nuestras experiencias con la comunidad.
Al regresar a San Diego, no fue fácil entrar a la universidad, pero seguí aplicando, y poco a poco, fui aprendiendo que seguir tus sueños no es fácil, pero es muy importante.
Apliqué a SDSU por primera vez en el 2015 y me negaron la entrada. Entonces terminé otro título para poder aplicar el siguiente año.
Esperé el año y aplique de nuevo, y me dijeron que era muy difícil entrar con un enfoque en periodismo para mi carrera, pero entonces esperé, y me negaron de nuevo y de nuevo obtuve otro título.
La tercera vez, finalmente me dijeron que sí y con cuatro títulos de colegio comunitario en comunicaciones, periodismo, sociología, y ciencia del comportamiento y estudios chicanos.
Finalmente, llegué a la universidad donde finalmente tengo el apoyo de EOP y el Área de Recursos para los Estudiantes Indocumentados.
Sigo siendo un soñador que en esta era presidencial no pierde la esperanza de que algun dia pueda ser ciudadano de el país donde me crié.
El miedo nunca lo he tenido pero lo que sí tengo son las ganas de seguir adelante, como siempre.