Nací en Chicago, Illinois en 1996, sin embargo, cuando me preguntan ¿“de dónde eres”?, mi respuesta es León Guanajuato, México.
De acuerdo con la definición de una persona chicana, yo soy considerada una.
Una chicana es aquella persona quien tiene descendencia mexicana y es criada en los Estados Unidos.
Mi conflicto ocurrió porque mi madre decidió empacar nuestras maletas para comenzar una vida nueva en México cuando tenía nueve años.
Vivir cinco años en México fue suficiente para que regresara a los EE.UU. negada a estar aquí.
En la high school, recorría los pasillos con la mirada hacia abajo, y en ocasiones, comía mi almuerzo en los baños.
En mis casi cuatro años de estudio, fueron contadas las personas con las que interactue.Mi escape fue trabajar y en la escuela, aislarme y pretender que todo estaba bien.
Poco a poco, obtuve un incremento de autoestima y seguridad en mi hablar, pero ni con la gente hispana encajaba.
No entendían mi dialecto o mi modo de hablar. Muchos me decían, riéndose, que hablaba como las del programa de la Rosa de Guadalupe, porque para ellos era “fresa” al utilizar ciertas palabras que ellos no habían escuchado.
Por esto fue que me atemorizaba el pensar que un maestro me podría preguntar algo delante de la clase.
En ocasiones, me sentía inexistente. Mis comentarios con mis amigos en México y que iniciaban conversaciones, aquí eran casi ignorados. Hasta los saludos de medio abrazo o solo un apretón de manos, en lugar de un beso en la mejilla, me parecían fríos y superficiales.
El que un muchacho me ofreciera ir a su casa o fumar, en lugar de ir a la plaza por una nieve, era nuevo e inaceptable para mí. Pero fue la cultura a la cual regrese.
Nunca deje a un lado mi sueño de regresar al que yo consideraba mi país.
Un chicano conoce la cultura mexicana a través de sus padres, pero yo tuve la oportunidad de vivir y empeñarme a la vida en México.
A pesar que nací en los EE.UU., yo me identifico como una mexicana en vez de una americana.
Allá, experimente el utilizar uniformes en la escuela, el que los alumnos se levantan de sus asientos en muestra de respeto cuando se presenta algún adulto, vivir en una sociedad conservadora, la gente tan acogedora y siempre con una sonrisa.
Esto siempre tendrá un lugar en mi corazón, y por ende, tuve que descartar las costumbres aprendidas en México para incorporarme cada día más a la cultura México-Americana.
Hoy por hoy, me atrevo a decir que dí un giro completo de 180 grados.
Ahora, camino por la universidad con la frente en alto y lucho por mis metas profesionales.
Aunque me costaron muchas lagrimas y sacrificios asimilarme a la cultura de los EE.UU., hoy soy la Caro que siempre quise ser.